La historia de V de Vendetta, nacida de la colaboración entre Alan Moore y David Lloyd, y llevada a la gran pantalla en 2005 bajo la dirección de James McTeigue, vibra con la misma idea en su núcleo: la rebelión contra un régimen opresivo. Sin embargo, al recorrer el puente que yo ideo en mi mente, ese que une las páginas impresas con los fotogramas, es inevitable percibir cómo los matices cambian, cómo la esencia se adapta y cómo las ideas se reformulan para distintos públicos, de todas las edades y tiempos.
En el cómic, el mundo es un páramo posnuclear donde la anarquía no es solo una palabra, sino una filosofía despiadada. V es la encarnación de ese ideal: una figura enigmática, fría, casi espectral, que se niega a revelar su rostro porque él no es un hombre, sino un concepto que amamos quienes creemos en la libertad pura. Su cruzada no busca reformar el sistema, sino reducirlo a cenizas para que las personas aprendan, por fin, a caminar sin cadenas. Moore no hace concesiones: su relato es oscuro, radical y filosófico, pensado para lectores que no temen asomarse al abismo.
La película, en cambio, traduce este discurso en un lenguaje más cercano y emocional. V sigue siendo un revolucionario, sí, pero uno que sangra, que ama y que sufre. La narrativa suaviza su anarquía para convertirlo en un símbolo de resistencia democrática y libertad individual. El espectador no solo lo admira: se conmueve con él. La idea pura cede parte de su lugar al ser humano.
La transformación también alcanza a Evey Hammond. En el cómic, es una joven frágil y desamparada, lanzada a la violencia de un mundo sin piedad. Su viaje es doloroso y extremo: renace tras ser destruida. En la película, Evey es más madura desde el principio. Su evolución es menos cruel, más emocional que ideológica. De víctima a heroína, su cambio busca inspirar sin exigir tanto sacrificio.
El retrato del régimen opresivo sigue una lógica similar. En la obra original, el gobierno fascista es detallado con precisión casi quirúrgica. Cada personaje encarna un aspecto de la podredumbre del poder: el fanatismo, la hipocresía, la perversión; dejar al ser humano sin esperanza alguna. La película simplifica estos elementos para centrar la historia en sus protagonistas y en el enfrentamiento directo contra la vigilancia y la represión. El mal sigue ahí, pero su rostro es más claro y menos complejo.
En cuanto al estilo, las diferencias son palpables. El cómic es sombrío, repleto de sombras, silencios y monólogos densos cargados de referencias literarias. La película, por su parte, es más ágil y estilizada. Las explosiones, los duelos y las frases memorables se suceden en un ritmo pensado para capturar la atención de la audiencia de las redes sociales actuales, sin perder del todo la profundidad del mensaje original.
En definitiva, libro y película no se contradicen: se complementan. El primero sacude las ideas, desafía al lector y lo invita a pensar en la anarquía y la libertad absoluta. La segunda emociona, moviliza y ofrece una esperanza más digerible. Ambas son poderosas, cada una en su terreno. Leer el cómic es sumergirse en las tinieblas de la filosofía rebelde; ver la película es encender una chispa de insurrección en medio de la comodidad cotidiana.
En tiempos donde la vigilancia y la opresión cambian de rostro, V de Vendetta —en cualquiera de sus formas— sigue recordándonos que el mayor acto de rebelión es atreverse a pensar.
José Carlos Puertas. Aprendiz de rebelde.