Leí hace unos veinte años “Los pilares de la Tierra”, de Ken Follet, y durante años fue mi libro preferido. Siempre he elegido novelas largas, pero lo que sobre todo me cautivaba era asistir a la cantidad de trampas que la vida puede poner a un personaje decidido a sobrevivir. Creo que esta es la constante en la obra de Ken Follet, al menos en esta ya tetralogía y en la trilogía del siglo XX.
La narración no puede ser más
tradicional: los héroes superan los obstáculos que traman contra ellos los
antihéroes hasta el punto de ver peligrar sus vidas y, más dramático aún,
aquello en lo que creen. Si no fuera por sus cerca de mil páginas, sería
perfecto para tomarlo de ejemplo en clase de cómo se construye un texto
narrativo, que engancha precisamente por la duda por parte del lector de si
tanta tragedia e indignación puede seguir superándose a sí misma.
Además, esta obra describe
perfectamente cómo era la vida diaria en la Edad Media, en Inglaterra. Nos
enseña un mundo muy alejado del nuestro, pero en el que las incidencias que
agitan las vidas de los personajes siguen siendo las mismas, mil años después,
que nos sacuden a las gentes de hoy. La avaricia, el poder, la corrupción, la
violencia (especialmente contra las mujeres)… En Follet, esos males incombustibles
se hacen palpables y dejan de ser algo alejado de la esfera cotidiana para
marcar, para bien y para mal, los destinos de cualquier hijo de vecino. Es
inevitable reconocerse en esa vida cotidiana, sucia y dolorosa, que se narra en
“Las tinieblas y el alba”, del mismo modo que es inevitable verse reflejado en unos
personajes que siempre salen adelante y a los que el tiempo termina por darles
la razón.
Patricia Vera García,
profesora de Lengua castellana y Literatura del IES Guadiana.
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