Se cumplen cien años de la publicación de esta novela emblemática, que en el argot literario está calificada como un “8000”, aludiendo a la comparación con la escalada a una cumbre montañosa de tales metros. Para leerla y sacarle verdadero jugo hay que tener preparación a todos los niveles (cultural, musical, lingüístico…). Algunos que lo han intentado la definen como una mamarrachada de dipsómano; otros la sitúan en el altar de la mejor novela que se escribió en el siglo XX.
Aparentemente, el argumento es muy sencillo: se trata de las vivencias de tres personajes (Stephen Dedalus, también protagonista de la recomendable y más asequible Retrato del artista adolescente; Leopold Bloom y la esposa de éste, Molly Bloom, cuyo monólogo sin puntos ni comas sirve de broche final a este impresionante retablo literario) durante un día en Dublín, a umbrales del verano, concretamente el 16 de junio de 1904. La peculiaridad de la novela estriba en la libertad compositiva; se ponen a prueba las palabras y los géneros literarios. El discurso narrativo es truncado frecuentemente con golpes de efecto que rozan la genialidad, de ahí que no se deba leer como las habituales novelas que parecen ceñirse a una cadena de secuencias cinematográficas. Hay que dejarse llevar y, aunque no se entienda todo lo subyacente, desde luego es un sano ejercicio para la imaginación. Las sensaciones, el fluir de la conciencia, siembran en nuestro intelecto semillas de libertad. A veces parece no tener sentido nada de lo que se lee, pero el sentido lo ha de encontrar uno mismo; y ahí surge lo placentero de la lectura.
Con 17 años me zampé la novela casi de una sentada. Entendí poco, pero sentí mucho y descubrí el camino de la libertad literaria. Ahora, mientras acometo una relectura más pausada, tampoco, pese a mi mayor acervo de lecturas, es que haya avanzado demasiado en la comprensión. Aunque la progresión de la novela responde en el fondo a la Odisea de Homero y la crítica ha elaborado esquemas de lectura, prefiero seguir con la sensación de mantenerme a flote en un océano tempestuoso; eso me hace revivir emociones descubiertas con la primera lectura juvenil.
Ulises, pese a ser denostada por los tradicionalistas literarios, ha servido de inspiración a muchos autores destacados. En el ámbito nacional se pueden mencionar a Juan Benet (Volverás a Región), Luis Martín Santos (Tiempo de silencio), José Luis Sampedro (Octubre, Octubre)…
Como me gusta siempre dar con el hallazgo científico en mis lecturas, en el capítulo 17 de Ulises (compuesto a base de preguntas y respuestas), hay una interesante disertación sobre astronomía, trufada de cálculos y conceptos diversos (perigeos, precesión de los equinoccios, paralajes, novas…). Intentaré comentar en clase el pasaje en cuestión:
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