En el corazón de los Alpes italianos, donde las
montañas imponentes parecen susurrar historias antiguas al viento, Las ocho
montañas encuentra su voz tanto en la novela de Paolo Cognetti como en su
adaptación cinematográfica. Para quienes, como yo, viven con el alma atada a
las cumbres, esta historia es un recordatorio de que la montaña no es solo un
paisaje: es un refugio, un desafío y, en muchos casos, un espejo de lo que
somos.
El libro, que ganó el Premio Strega en 2017, nos
presenta a Pietro, un niño de ciudad que cada verano escapa al abrazo de los
Alpes con sus padres. Allí conoce a Bruno, un chico del pueblo cuya vida está
marcada por la montaña, no como un escape, sino como una raíz inquebrantable.
Su amistad crece con los años, enfrentándose a distancias, silencios y las
inevitables bifurcaciones de la vida. Cognetti escribe con una prosa que es
como una caminata en la alta montaña: sencilla en apariencia, pero profunda y
cargada de significado en cada paso.
La película, dirigida por Felix van Groeningen y
Charlotte Vandermeersch, toma ese espíritu y lo plasma en imágenes que hacen
que cualquier amante de las montañas sienta un nudo en la garganta. Cada plano
respira el ritmo pausado de la naturaleza, cada silencio pesa tanto como las
palabras. Las montañas, con su inmensidad imponente, se convierten en un
personaje más, testigo y cómplice de esta historia de amistad, búsqueda y
destino.
Uno de los aciertos de ambas versiones es cómo
retratan la amistad masculina sin adornos ni clichés. En el libro, Pietro nos guía
por sus pensamientos y emociones, mientras que en la película, los silencios y
las miradas dicen más que los diálogos. Las interpretaciones son contenidas,
pero cargadas de significado, transmitiendo el afecto, la admiración y las
diferencias irreconciliables entre estos dos amigos que, en el fondo,
representan dos formas de habitar el mundo: los que buscan siempre algo más
allá de las montañas y los que nunca quieren dejarlas atrás.
Este contraste se convierte en el corazón de la
historia: Pietro ve las montañas como un desafío, una meta por alcanzar,
mientras que para Bruno son un hogar, una certeza. Tal vez amar las montañas es
también debatirse entre el deseo de conquistarlas y la necesidad de que nos
abracen.
La película logra captar la esencia de la novela
con un respeto casi reverencial. Aunque hay ajustes inevitables, la historia
conserva su profundidad y emoción. Y más allá de la amistad, Las ocho
montañas habla también de la paternidad, la herencia emocional y el paso
del tiempo. Pietro y su padre comparten un vínculo marcado por la distancia y
los silencios, mientras que Bruno carga con un legado familiar que también lo
define.
Al final, esta historia no es solo sobre la
amistad o la naturaleza, sino sobre las conexiones que nos moldean y los caminos
que elegimos recorrer. Tanto en el libro como en la película hay una invitación
a detenerse, contemplar y recordar que, al final del día, son las relaciones y
los lugares los que dan sentido a nuestra existencia.
Enlace a la película: https://www.filmin.es/pelicula/las-ocho-montanas
Enlace al libro: https://www.casadellibro.com/libro-las-ocho-montanas/9788439734123/6215281?srsltid=AfmBOorSM7KB_B_46Ih7AlHLKLtUN7XLwRn7MwS4_cD_i8NmVnAKdko8
Me has atrapado, José Carlos. Haré por leer el libro y visualizar la película. Un abrazo.
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