martes, 8 de enero de 2019

El cabo de la cuerda, de Joseph Conrad


Primero de todo, feliz 2019, el Año Internacional de la Tabla Periódica de los Elementos.
Ahora, a lo que nos ocupa:


¿Y si fueras un hombre de mar, ya en el umbral de la vejez, con tu barco, tu única fuente de riqueza y por ende tu hogar, vendido a un precio misérrimo? ¿Y si tuvieras una hija, el único afecto de tu vida, y quisieras asegurarle un futuro aunque tu pobreza no te lo permitiera? ¿Y si ya no te quedaran ánimos para comenzar de nuevo las luchas de la vida y no tuvieras más remedio que hacerlo?

Entonces no te llamarías como te llamas; tomarías el nombre del capitán Henry Whalley, protagonista de la novela corta “El cabo de la cuerda”, de Joseph Conrad (1857-1924).

¡Y sí, no me he equivocado! Sé que en la foto figura de título  “Con la soga al cuello”, pero prefiero el título de las primeras traducciones de la novela, más en consonancia con el título original (The end of the tether) y la justificación del mismo en la parte final de la historia del capitán Whalley. Si usamos “Con la soga al cuello”, pensamos irrecusablemente en la desesperación vital, en largos días de tristeza y agonía, en sueños inacabados y preámbulos de pesadilla; y encima, afligiéndole al capitán Whalley un sufrimiento que no desvelaré ahora, pues es uno de los principales golpes de efecto de la novela. Aunque la historia del capitán Whalley contenga toda esta lista de desdichas, el título “El cabo de la cuerda” se refiere más bien a un momento culminante, hasta en cierto punto glorioso, que es revelado en los últimos párrafos de la novela.

El capitán Whalley amaba a Ivy, su hija, con un fervor modélico. Quiso regalarle, a costa de su sacrificio, la mejor vida posible, y por ello se embarca en una aventura por los mares orientales, comandando un barco cuyo dueño se la tenía jurada desde el primer momento. ¿Y al final qué ocurre?... No puedo decir nada más, a riesgo de romper el encanto de lo inesperado.

Joseph Conrad tiene los defectos y la grandeza de los escritores decimonónicos. Puede parecer lento y tedioso, dar la sensación de que la narración no arranca, que se explaya en descripciones y disquisiciones psicológicas superfluas. Sin embargo, el efecto de su lectura es el de la bola de nieve: al final la culminación es intensa, sorprendente, memorable.

“El cabo de la cuerda” es una de sus obras menos conocidas pero no por ello menos lograda. Merece la pena invertir unas pocas horas en su lectura.

Joseph Conrad, aunque nacido polaco, se nacionalizó británico. Entre sus producciones más conocidas se citan “El corazón de las tinieblas”, “Bajo la mirada de Occidente” y “Lord Jim”, obras que rebasan la catalogación de novelas de aventuras y que suponen auténticos estudios del alma humana, con sus grandezas y aviesidades.

¡Venga con Joseph Conrad!

Julián Maestre (Física y Química).

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