Con esta primera entrada al blog,
os quiero animar a todos a acercaros a la poesía. Hace unos años leí un
documento de la UNESCO titulado Leer y escribir poesía (París:2005) en
el que su coordinador Richard W. Halperin animaba a los profesores de secundaria
a incentivar la creatividad de los alumnos a partir del trabajo poético. Creo
que la poesía -en todas sus manifestaciones- es una oportunidad para aprender a
explorar el mundo y explorarnos a nosotros mismos. Os advierto de que, si me
pongo pesada, toda la culpa la tienen los versos. Porque sin ellos, no entiendo
el mundo; porque un solo verso puede transmitirnos la alegría o el dolor ajeno
como si fuera nuestro. Pienso que, en esta sociedad tan mecanizada e
impaciente, necesitamos palabras que nos lleguen no solo a la razón sino que
construyan nuestro universo afectivo, palabras en las que nos detengamos para
saborearlas como si fuera la primera vez que las escuchamos. Por eso, hay que
desterrar el estigma de que la poesía no se entiende. No busquemos en ella esa
clase de entendimiento que podemos gozar en una novela, en un ensayo o en una
representación teatral. La poesía, como otras artes, conecta con lo más íntimo,
nos permite ver de otra manera, nos da otros ojos con los que “comprender”.
Os propongo esta vez la lectura y
el disfrute de Hierro ilustrado, una antología de la mejor producción
lírica del poeta José Hierro arropada
además por sus propios dibujos, grabados y acuarelas. La publicó Nórdica
en el año 2012, décimo aniversario de la muerte de Hierro y noventa de su
nacimiento, con una selección que realizaron Julieta Valero y la nieta del
poeta, Tacha Romero Hierro. La obra contiene cincuenta y nueve composiciones
que abarcan desde su libro inicial Tierra sin nosotros (1947) hasta Sonetos
escritos en 1999. Pepe Hierro, como lo llamaban sus amigos, nos muestra una
interesante fusión del poder expresivo de la palabra y la pintura. En “Tierra
sin nosotros”, la desolación del poeta se expresa mediante imágenes de
alienación ante el mundo que lo rodea, la naturaleza que palpita y continúa
frente a un yo paralizado: “¡La tierra sin nosotros! / ¡Qué cansado parece/mi
pie!¡Qué doloroso/fluir del tiempo vivo/desangrándose a chorros!/ Parecen hoy
las cosas/ más irreales, como/ formas de otro planeta/ que vive sin
nosotros[...]”. La acuarela que acompaña
al texto refleja esa misma desolación, es un paisaje nevado, con una hilera de
tres chopos desnudos, como líneas negras al viento.
Entre los poemas seleccionados de
Alegría (1947), destaca “Fe de vida” un autorretrato de lo perdido:
“[...] Sé que si busco una rama/no la encontraré./ Sé que si busco una mano/
que me salve del olvido/no la encontraré./ Sé que si busco al que fui/ no lo
encontraré.// Pero estoy aquí. Me muevo,/ vivo. Me llamo José/ Hierro. Alegría/
que está caída a mis pies.)/ Nada en orden. Todo roto,/ a punto de ya no
ser./Pero toco la alegría,/porque aunque todo esté muerto/ yo aún estoy vivo y
lo sé.” Igualmente, junto al poema hay una ilustración en plumilla, un
autorretrato mínimo, esquemático, esencial, testigo de esa mínima porción de
alegría que nos permite seguir viviendo.
Otro autorretrato lo hallamos
entre los versos de Quinta del 42 (1952) , en el poema “Una tarde
cualquiera” nos dice: “Yo, José Hierro, un hombre/ que se da por vencido/ sin
luchar. (A la espalda/ llevaba un cesto, henchido/ de los más prodigiosos
secretos.Y cumplido, / el futuro, aguardándome/ como la hoz al trigo.)/ Mudo,
esta tarde, oyendo/ caer la lluvia, he visto/ desvanecerse todo,/ quedar todo
vacío./ Una desgana súbita/ de vivir. (“Toma, hijo,/ enhébrame la aguja”, dice
mi madre.)”. La abundancia de la
introspección también pictórica es patente, sobre todo en los poemas “Remordimiento”, “Las nubes” o “Lo efímero”
de Cuanto sé de mí (1957).
Las imágenes marinas tan
presentes en sus palabras sirven de telón de fondo también a sus acuarelas,
como la que se dibuja en el poema “Vida” de Cuaderno de Nueva York (1998).
Antonia Huerta Sánchez, profesora de Ámbito Lingüístico-Social, IES GUADIANA
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