domingo, 20 de enero de 2019


Calendario de sombras, Pedro A. González Moreno, Colección Visor de Poesía, 2005


Buscando poetas de esta zona geográfica, me he encontrado con Pedro A. González Moreno, un escritor natural de Calzada de Calatrava, compañero de profesión y a quien recordaba, no obstante, por su faceta de narrador – fue Premio de Novela Café Gijón 2017 por su relato La mujer de la escalera -.
Aunque había publicado anteriormente otros tres libros de poesía, Señales de ceniza (1985),  Pentagrama para escribir silencios (1986) y  El desván sumergido  (1997), es con esta obra que quiero comentaros con la que comienza su periplo por el mundo de los premios literarios, nada más y nada menos que recibió el decimoctavo Premio Tiflos. No es que un premio literario te asegure la calidad de lo que vas a leer pero, en este caso, he de decir que Calendario de sombras ha cumplido todas las expectativas sobre lo que debe ser un gran poemario. Desde su estructura hasta la selección de imágenes y figuras retóricas, Calendario de sombras no tiene desperdicio. Como bien adelanta el título, Pedro A. González Moreno se propone recopilar entre las páginas de su calendario personal todo aquello que ha escapado, siguiendo su rastro y su huella. Si es un conjunto de poemas de amor, lo es también por lo que éste significa de pérdida existencial. Pero, en él, no hay dramatismos. Eso es quizás su mejor regalo, la capacidad de entonar de forma serena cada una de las heridas para convertirlas en un territorio tangible gracias a la escritura.
                                                                        (20)

Escribiré el silencio
y le pondré tu nombre cuando pueda
el dolor escribirse.
Será una carta breve, tal vez de esas que nunca
se terminan del todo, pero en ella
estará el mundo escrito,
y su única página
la mandaré doblada con bordes de perfume
lo mismo que un pañuelo
donde alguien ha guardado la mitad de su vida. […]

La primera parte se inicia con una cita de Francisco Brines. “He aquí el ciego, que sólo ve la vida en el recuerdo”. González Moreno se ocupa de las hojas del calendario que -como dice en “Portada”- “nunca, aunque se arranquen/ acaban de caerse por completo,/ hojas que siempre dejan/ su huella irrellenable en las paredes,/ hojas que continúan estando ahí, grapadas/ a la cal o a la carne”. Esta idea de la carne y el cuerpo como lo material donde permanece la memoria es constante en las composiciones iniciales, porque “el cuerpo es un huésped/ que llega tarde o pronto, nunca a tiempo, a la cita/ y anda siempre vagando, como un superviviente,/ de unos trajes a otros, de unos brazos a otros,/ por ahí por las calles invernales del mundo” (3) o como aclarará en otro poema “la carne es como un traje/ cortado a la medida de los recuerdos”.
En la segunda parte, utilizando como pórtico los últimos versos de la rima LII de Bécquer, el poeta profundiza en el dolor de la ausencia: “¿Cómo decir que dentro de un armario es noviembre,/ o que en esa intemperie que es la luz sin tus ojos/ casi siempre es invierno y anochece deprisa?”.

Y por eso es invierno fuera de ti, por eso
hay escarcha en mis manos,
que querrían ahora
tocar- si se pudiera- tu memoria,
ser tan sólo una sombra vagando en tus recuerdos
y ver el mundo desde ti, tocarlo
desde ti; ser tan sólo
un oculto destello de la luz con que miras.

La última parte se abre con una estrofa de J. Keats que anuncia esa esperanza última de la luz sin la que ninguna sombra puede contemplarse, esa luz ínfima y fantasmal del recuerdo.

[...]El día que me toques con tus dedos de escarcha
no me traigas las sombras
que codiciosamente fui coleccionando
sin saber que no era como un álbum la vida.

Tráeme tan sólo un trozo de aquella tierra
donde seguir creciendo, tráeme  un poco
de aquella agua y un vaso
repleto hasta los bordes de aquella luz más clara.[...]


Merece la pena detenerse en leer y reflexionar sobre lo que expresa Pedro A. González Moreno en Calendario de sombras. Porque es seguro que el que más o el que menos lleva a cuestas esos restos del amor o de la ausencia, del tiempo vivido que solo la memoria puede recuperar -aunque nos duela-.

© Antonia Huerta Sánchez, profesora de Ámbito Lingüístico-Social, IES GUADIANA

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