En La berlina de Prim (ed. Planeta,2012), el hispanista Ian Gibson, un
clásico en los estudios sobre la guerra civil española,hace una incursión en el
género de la novela detectivesca.
Un periodista llamado Patrick Boyd trata de
esclarecer el asesinato del general Prim, ocurrido el 27 de diciembre de 1870.
El comienzo de la historia nos sitúa en septiembre de 1873, con la Primera
República agonizando cuando apenas llevaba nueve meses de existencia. Patrick
decide viajar a España con una misión, aclarar el asesinato de su amigo el
general Prim ya que después de tres años, la República ha sido incapaz de
resolverlo.
De madre andaluza y padre irlandés,
Patrick, que trabaja para un periódico londinense, decide emprender viaje a
España bajo la tapadera de realizar un reportaje sobre la crítica situación
política de un país que repudia de sí mismo y está impregnado de una fatal
tendencia al separatismo. Un país en el que nadie se pone de acuerdo con nadie
y no hay nunca consenso. Pero su misión es encontrar a los asesinos de Prim, los
ejecutores y los impulsores del magnicidio.
Los comienzos serán prometedores y
gracias a la colaboración de varios testigos conseguirá recopilar importante
información para identificar a los autores del asesinato. El final en cambio,
no será el esperado.
A pesar de la intriga
policial, para mí, el mayor interés que despierta La berlina de Prim es la ambientación histórica. Como novela
histórica, se mezclan los personajes ficticios con los personajes históricos,
envueltos en las intrigas políticas en las que se enfrentaba el país.
La novela se completa con un interesante
epílogo en el que el autor aclara los aspectos históricos de la obra y nos invita
a visitar los lugares claves relacionados con su trama.
La elección de este libro obedece a varias
consideraciones. Como profesor de Historia de España en este mes de diciembre
hemos estado trabajando en clase la evolución política en el Sexenio Democrático
(1868-1874), uno de los periodos más convulsos de nuestra historia
contemporánea.
A lo largo de estos días les he ido transmitiendo a mis alumnos
mi fascinación por el personaje de Prim. En los años sesenta del siglo XIX, la
mención de Prim era para muchos, sinónimo de libertad. Fue el organizador de la
revolución de 1868 que destronó a Isabel II e instituyó un régimen democrático
en España. Su asesinato fue un desastre para España y de no haber sucedido,
habría permitido la consolidación de la monarquía democrática en España de la
mano de los Saboya.
Me evoca también otros magnicidios, como el
de Kennedy en los Estados Unidos, donde, como en el asesinato de Prim, desde el
poder se obstaculizó también cualquier intento por descubrir a sus instigadores.
Y por supuesto la situación actual de la política española, donde parece que
nada ha cambiado. Tal vez algún día pueda rectificar mi opinión actual sobre el
poco aprecio que los españoles tenemos por nuestra historia compartida y lo
poco que hemos aprendido acerca de que los mejores momentos de nuestra historia
han venido de la mano de los mayores consensos.
Jesús Tomás Vallejo
Cañadilla.Profesor de Ciencias Sociales del IES Guadiana, Villarrubia.
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